Mallorca, la isla de los sueños, parece estar perdida en una pesadilla. Los lugareños pueden sentirlo en cada callejón, en cada playa y en cada conversación sobre el futuro. "Mallorca se está desintegrando, la sociedad se cae a pedazos", dijo Joana Maria Palou, de la iniciativa ciudadana Fòrum de la Societat Civil, en una entrevista reciente. Suena dramático, casi como si fuera el lamento de un patriarca envejecido, pero es la sobria realidad que se esconde tras la fachada de un paraíso turístico.
La transformación de Palma: de lugar de encuentro a trampa turística
Jaume Garau, un mallorquín que aún conoce la ciudad de Palma de los tiempos en que te encontrabas con más lugareños que turistas en los cafés, es especialmente consciente de este cambio. "La Plaça Cort solía ser como un gran salón. Siempre te encontrabas con alguien, charlabas del día y de la vida tomando un café a solas", dice. Pero hoy evita el centro que solía ser su hogar. Los hoteles y las tiendas de recuerdos han sustituido a los antiguos comercios, y los flujos de turistas están sofocando las viejas tradiciones. "Me siento como en una película, pero ya sin personaje", dice.
Retirarse a la intimidad: la isla de las puertas cerradas
Mallorca se encuentra en un punto crítico. La isla fue una vez un paraíso donde los mallorquines podían retirarse a rincones tranquilos y vírgenes. Pero hoy apenas quedan lugares donde esto siga siendo posible. Playas como Es Trenc, antaño un secreto bien guardado, están irremediablemente abarrotadas en verano. "Los mallorquines hemos aprendido a convivir con el turismo, pero ahora está cambiando nuestra vida cotidiana y nos está paralizando", afirma Joan Cabot, un preocupado observador de la evolución de la isla.
La gente también se está retirando del campo. Margalida Sastre, una residente de Petra de 71 años, lo siente con especial intensidad. "Incluso en el centro de la isla es insoportable en verano. No hay paz ni tranquilidad, no hay aparcamientos y hay basura por todas partes", dice. Su pueblo solía ser un lugar de comunidad, pero hoy las casas antiguas han sido compradas por extranjeros ricos que rara vez están aquí. "Antes todo el mundo se conocía, pero ahora a menudo ni siquiera sabes quiénes son tus vecinos", dice.
Los bares están desapareciendo, y también el alma
A medida que los antiguos lugareños desaparecen, también lo hacen los bares tradicionales que antaño caracterizaban la vida social. En Petra, un pintoresco bar tuvo que dejar paso a un café de moda que atiende más a los turistas que a los lugareños. "¿Pa amb oli? Ya no está en el menú", dice Margalida Sastre, sacudiendo la cabeza. "Algo le pasa a un pueblo cuando desaparece su alma".
Lengua y cultura: una pérdida gradual
La pérdida del idioma es otra cuestión que afecta a los mallorquines. "Cuántas veces he estado en bares donde el menú sólo estaba en alemán", informa Joan Cabot. El mallorquín se habla cada vez menos, y las fiestas tradicionales, antaño una válvula de escape para la población local, están cada vez más invadidas por los turistas. Pero hoy apenas quedan lugares donde los lugareños puedan retirarse. Playas como la de Es Trenc, antaño un lugar privilegiado, están abarrotadas en verano.
¿El fin de la "Isla de la Calma"?
"Estamos acostumbrados a que nos conquistenpor los romanos, los árabes, los catalanes y ahora los veraneantes", dice Jaume Garau. Pero el precio que los mallorquines están pagando por la vida en el paraíso es alto. "Lo estamos destruyendo juntos, los veraneantes y los mallorquines. No hay héroes en esta película que se está proyectando".
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